Pocas cosas me resultan tan ciertas como que donde hay seres humanos, hubo, hay y habrá conflictos. Por eso, si el amigo o amiga lectora, identifica en el momento actual de su vida un conflicto, le pido que lo celebre porque significa que la vida corre por sus venas. El cementerio es el único lugar donde no encontrará conflictos.
Por eso, debemos desterrar de nuestros pensamientos y creencias que tener conflictos es en sí mismo negativo. En ocasiones, de los conflictos se derivan aspectos positivos. Lo único malo de los conflictos es no saber gestionarlos adecuadamente y que por ello escalen o se cronifiquen.
En toda pareja, grupo de amigos, equipo de trabajo, partido político, comunidad de vecinos, club, asociación o empresa habrá siempre conflictos porque donde hay personas habrá opiniones, valores, egos, creencias e intereses diferentes y contrapuestos.
Cierto es también, que estos surgen especialmente en situaciones de cambio, recursos limitados, tensión, miedo o luchas de poder.
El momento que vivimos actualmente, en el que una pandemia que dura ya demasiado tiempo y que nos tiene a todos agotados, física y psicológicamente es especialmente propicio para que este tipo de situaciones se den, por ello, resulta imprescindible, más que nunca, intentar, en primer lugar prevenirlos y, en segundo lugar, gestionarlos.
Las formas de dirigirnos los unos a los otros, la transparencia, el respeto, las normas claras para todos y el decir y discutir las cosas con la persona implicada, en el momento oportuno y en el lugar adecuados son algunas de las maneras que nos pueden ayudar a que muchas de las situaciones tensas que vivimos en el día a día, no terminen generando conflictos, pero también es verdad que se dan situaciones, en las que aún haciendo las cosas bien en fondo y forma, nos conducen con frecuencia de manera irremediable hacia conflictos.
Lo negativo en esas circunstancias, tal y como comentábamos anteriormente, es que, por no tratarlos de manera adecuada desde un principio, éstos se terminen cronificando o escalando.
Para evitar que esto suceda, lo primer que tenemos que valorar de manera madura y sincera es si verdaderamente existe entre las partes afectadas, una voluntad para alcanzar el acuerdo y el entendimiento.
A mi particularmente, me ha costado mucho aceptar que con algunas personas, hagas lo que hagas no se conseguirá nada, no porque el conflicto no tenga solución, sino porque al menos una de las partes no tiene voluntad real de llegar a un acuerdo. No nos permitirá y no se permitirán a ellos mismos dar pasos adelante para llegar a una solución adecuada por diversas razones.
Todos conocemos personas que son, en sí mismas, generadoras de conflicto y que cuando las aguas están tranquilas, provocan un maremoto para dar sentido a sus vidas. Otras, por el contrario, se pasan la vida enfadadas con el mundo y les encantaría girar de actitud para encontrar la paz y la felicidad, pero su rigidez personal no se lo puede permitir.
Por ello, en determinadas circunstancias y aunque resulte duro de admitir, se dan situaciones en las que la manera más inteligente de gestionarlo es aceptar que el conflicto en cuestión no se va a solucionar hasta que las partes se permitan un acercamiento real.
Aprender a convivir con conflictos de difícil solución, resulta también un importante aprendizaje de la vida que requiere de altas dosis de flexibilidad y aceptación.
En el deseado caso de que las partes quieran recomponer la situación, todo camino comenzará siempre por una conversación.
No lo neguemos, hablamos mucho, pero conversamos poco. En la mayoría de los casos lo máximo que logramos es generar un intercambio de monólogos.
Los conflictos suelen mostrar un síntoma, pero no podemos engañarnos por lo aparente. Casi siempre la raíz de la situación dista mucho de lo que parece y si no se diagnostica bien, la solución que se dé, será errónea.
Pongo un ejemplo. Cuantas veces me habré encontrado con dos miembros de un equipo que no pueden llegar a entenderse en un proyecto y que son incapaces de avanzar porque aparentemente chocan en su forma entender el enfoque que le darían al mismo.
Sin embargo, cuando rascas un poco, te das cuenta que el origen viene de hace años cuando una de ellas sintió que la otra había mostrado con ella un comportamiento desleal que nunca le perdonará o porque siente que su responsable le trata de manera preferente.
Todo conflicto tiene una dimensión objetiva o racional que es la más aparente, pero a la vez, no nos podemos olvidar de aquella dimensión subjetiva y emocional que en la gran mayoría de los casos, resulta ser la más importante.
Los conflictos son básicamente cuestión de emoción y las emociones son maravillosas, pero también tiñen la realidad y la distorsionan. Por eso me gusta decir que en un conflicto todo depende del cristal con el que cada persona se aproxima a la realidad. Por eso, ningún conflicto se solucionará jamás hasta que no intentemos entender la situación del conflicto desde donde lo está viendo la otra persona.
Como decíamos al comienzo, vivimos tiempos convulsos. Llevamos meses de aislamiento involuntario, de renuncia a muchas cosas que valoramos, hemos vivido y seguimos viviendo el miedo y todo ello, sin darnos nosotros cuenta, nos está afectando física, emocional y psicológicamente.
En los últimos meses observo a las personas más irritables y susceptibles que nunca. Los conflictos en los diferentes ámbitos que nos rodean desde la política, pasando por la sociedad, hasta las organizaciones y familias, se han multiplicado.
Por eso, hoy más que nunca, debemos intentar que nuestra cabeza pueda a nuestro instinto, a nuestros mecanismos de defensa y a nuestro interés individual.
Cada vez estoy más convencida de que juntos somos más fuertes, pero sé que ir juntos y sumar esfuerzos no suele ser tarea fácil.
Supone como decía, la aceptación de la diversidad, intentar entender que cada uno de nosotros y de nosotras se aproxima a la realidad desde maneras diferentes y con intereses diferentes, pero que casi siempre, para salir con éxito de una situación difícil, cubrir los intereses de la otra parte, es parte del camino.
El mejor gestor de conflictos será siempre la persona que más sepa de los demás y esto a su vez, resultará imposible sin dedicar tiempo a otros para conocerles, preguntarles para entenderles, sin necesidad de compartir los mismos criterios, escucharles con actitud de cambiar de opinión después del proceso y mostrándose flexibles con las soluciones.
Cada conflicto puede requerir de nosotros actitudes diferentes en función de lo mucho o poco que suponga la relación y el resultado del mismo para nosotros, pero soy de las que creo que la vida es una carrera de fondo y que las relaciones hay que cuidarlas, incluso con aquellas personas que pensamos no volver a ver.
Quizá peque de romántica, pero todavía defiendo que la colaboración sigue siendo la manera más inteligente, amigable, eficaz y eficiente de gestionar cualquier situación problemática, empezando por los conflictos.
Por eso, si estás en medio de un conflicto, celébralo, estás vivo a viva, identifica tus propias emociones y sus causas, escucha, pregunta, intenta entender la percepción del otro, busca soluciones positivas para los dos, piensa qué has aprendido para prevenir posibles conflictos y, por encima de todo, comprométete con la cabeza y el corazón en su solución.
Nerea Urcola Martiarena. Coautora del libro: «Manual de gestión de conflictos». Editorial ESIC